Una Sabatina más de
Gregorio Morán en La Vanguardia, con extra de queso. Muy recomendable. Destacaría algo, pero la expresión "no tiene desperdicio" viene aquí pintiparada...
El pasado 18 de diciembre, bien entrada la tarde, el cecijunto presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, y su secretario general, el humorista Ángel Acebes, con la meliflua compañía de Ana Botella, de profesión sus labores, asistieron al parece de buena gana a un bautizo. Había abundante público; la variada canallesca en su facción hirsuta, bastante macizo de la raza cosecha del 75, y mucho adosado. El acto pasó desapercibido al conjunto de la prensa guerrera salvo la incólume Tribuna de Salamanca. Y yo, como siempre, me enteré tarde; apenas ayer. Ahora bien, informado debidamente del acontecimiento puedo asegurar que el recién nacido expuesto ante el público allí congregado resultó un monstruo; un ser informe, despreciable, como el aborto de unas ratas, efímero porque está llamado a morir de consunción y sin esfuerzo alguno, ni siquiera como aquellos hijos que antaño ponían en el torno de la inclusa para que las monjitas trataran al menos, ya que no de hacerles el milagro imposible de insuflarles sangre y vida, donde solo había saliva y excrementos, si de enterrarlos bajo la sagrada protección. Aunque se fueran al limbo. ¡No me gustaría a mí ni nada escribir un artículo sobre el limbo ahora que el Vaticano lo da por amortizado! Osaría titularlo, Fulgor y muerte del limbo en la sociedad española, y tendría nichos específicos para la cultura y la inteligencia patria. Me fascina el limbo, empezando por el nombre, Lim-bo.
El monstruo bautizado era un libro y llegó al bautismo con el nombre de La Gran Revancha, lo que es menos que una basura y más que una ofensa a la inteligencia. Nace, es un decir, de una pareja que lo avalan, Isabel Durán y Carlos Dávila, porque afirman incluso haberlo escrito, cosa cada vez más cuestionable en este tipo de bazofia editorial, donde las grandes empresas colocan a un machaca que hace todo el trabajo, y luego se buscan a los golferas mediáticos, que están a la que saltan, para firmarlo. No tengo ni idea de quién es Isabel Durán o al menos no la recuerdo de nada como no sea de otro engendro, del que apenas si pasé de las veinte páginas, un libelo contra Xabier Arzalluz, especialmente recomendable para descerebrados, y que escribió a cuatro manos con su anterior pareja, Pepe Díaz Herrera, supernumerario de historias vascas para ignaros, de quien dudo mucho que sepa donde está Mondragón. En esta ocasión también Isabel Durán escribe a cuatro pies y firma a cuatro manos, y con varón, lo cual quizá indique una propensión a mezclar sexo y oficio que no augura nada bueno. Respecto a Carlos Dávila, veterana plumilla de alquiler, bastaría decir que es un tipo malo de natural, tonto a tiempo completo y con dificultades en el manejo del sujeto, verbo y predicado. No sabe escribir, razón por la cual se especializó en entrevistas televisivas, fórmula que merecería un estudio comparativo: ¿quién tuvo los entrevistadores más babosos, los socialistas o los populares? Excluyo Catalunya donde sería ofensivo hacer la pregunta. Pujol consiguió algo magistral, y es evitar al entrevistador, cosa con algunos precedentes en la historia del periodismo mundial no muy recomendadas: él redactaba las preguntas y las respuestas.
Reconozco que me conmovió saber que la dirección del segunda partido de España era capaz de avalar con su presencia un libro despreciable y que lo hacía con absoluto descaro en un marco incomparable, el aula magna del CEU San Pablo de Madrid. La cúpula intelectual del Opus Dei dando cobijo a menudillos de animal intelectual indeterminado. Algo así como quien vuelve a aquellas sesiones de Consejo Superior de Investigaciones Científicas de los primeros años cuarenta o cincuenta, donde las acémilas graduadas podían permitirse cuantas licencias quisieran siempre que fueran desbordantes de infamias. Yo recuerdo una que aún me conmueve -la leí, por suerte no la viví- y es la demostración académica, ovacionadísima por el público presente, de que la Inquisición tenía razón frente a Galileo Galilei. Si me animo algún día se la cuento.
Estamos ante un problema que trasciende a la residual historia del libro, de los lectores y de la crítica, para adentrarnos en el meollo del poder. La política. Esa pareja de amanuenses incluye en su infumable texto todos los tópicos que uno creía desterrados en España de cualquier debate entre adversarios políticos. Por ejemplo, la masonería. En su obsesión lacayuna por demoler a Rodríguez Zapatero hasta su primera generación, ¡aparece la masonería! Me parecía estar leyendo aquellos textos de Fray Justo Pérez de Urbel -que por cierto había redactado Carlitos Alvarez Cándido, el elogiado plumilla de todas las miserias- sobre el judaísmo, la masonería y el comunismo. Se trata de una especie de ataque, escrito con los pies, por supuesto, y con abundantes pruebas de que están tocando de oído por más esfuerzos que habrá hecho la editorial para que cojan el compás. (Hay una referencia a Roger Garaudy, al que ellos llaman Robert, que descubre la impostura de alguien que no tiene literalmente ni zorra idea de quién están hablando.) Esta parejita sabrá mucho de misas y banquetes, pero de la izquierda lo desconocen todo. Pero el asunto es otro, ¿cómo es posible que el PP bautice a basureros como si se tratara de basílicas? Ahí esta el tema.
Todos los tópicos de la Derechona, con esa desvergüenza que te desarma. Ahora resulta que estos caballeros que no perdonaron a Adolfo Suárez su ejercicio de supervivencia, le reivindican. Conviene repetirlo, y habrá que desarrollarlo por lo menudo: a Adolfo Suárez lo liquidaron los conservadores de su propio partido, acaudillados por Herrero de Miñón, que se pasaría a Fraga Iribarne con armas y bagajes para constituir el invernadero donde crecerían los Aznar y Rajoy que les pagarían con la misma moneda con que ellos saldaron a Suárez. Cada vez que escucho la expresión el espíritu de la transición me quedo perplejo. Ahora resulta que el espíritu de la transición reivindicado por estos aparcacoches de la ideología consiste en no utilizar la Guerra Civil ¡y los 39 años de franquismo! en la pelea política. Es decir, que volvemos a la perversidad de principio según la cual escribir en franquista era lo mismo que escribir en antifranquista. Y luego el laicismo anticlerical, esta tautología estúpida de los meapilas, según la cual exigir que se retiren los signos religiosos de las escuelas públicas, es anticlericalismo.
Terminada la transición democrática, la derecha española vuelve al poder tras la quiebra socialista, Una quiebra, conviene recordarlo, no sólo política, sino ética, ideológica y cultural. Al socialismo español en su última etapa de gobierno sólo le quedaba el temor a una derecha bronca y revanchista. Y no fue así, al menos en principio. La derecha que se había construido a duras penas entre la laminación de Adolfo Suárez y el elogio avinagrado a Fraga Iribarne, negoció y pactó y se reconcilio con sus congéneres, que no otra cosa eran los nacionalistas en Catalunya y Euskadi. ¿Se han olvidado ya de los elogios en la intimidad de Pujol y Arzalluz hacia Aznar? Eran más que socios, eran cómplices. Ellos le facilitaron la mayoría absoluta, y surgió el sobrado que llevaba dentro.
Estamos metidos en un lío peculiar. Mientras los reclutas del socialismo dirigidos por el vendedor de humo no acaban de admitir que vencieron en una lid legítima, pero al calor de la quiebra aznarista por la guerra de Iraq y la fallida manipulación de los atentados islamistas. Sin este reconocimiento, que es obligado, el vendedor de humo se creerá como un talento político excepcional que surgido de la nada en la paramera leonesa para transformar España con talante emprendedor y sonrisa de recluta. Pero si a esto le sumamos la obsesión por la Gran Revancha de los populares, apeados del poder que ya acariciaban con la yema de los dedos, tras una decisión estratégica insólita en la historia de España durante todo el siglo XX -protagonizar una guerra exterior, algo que sólo se le podía ocurrir a un tipo como Aznar, carne de sillón psicoanalítico. El poder es una droga más poderosa que el caballo, y probablemente no tenga otra cura que la muerte.
No hay nada que demuestre mejor la textura de las dos clases políticas enfrentadas en 2007 que su actitud ante el acontecimiento más crucial de la reciente historia. La masacre del 11 de marzo en Madrid. Para Zapatero y sus chicos apenas afectó a su victoria, que les parecía cantada, lo cual es una frívola petulancia de payaso provinciano. Para el Partido Popular hubo una conspiración entre ETA, los islamistas y el PSOE para desbancarles del poder. Pero fíjense bien; esta idea, por llamarla de alguna manera, conspirativa de la historia bebe hasta las heces en el mundo del franquismo y de la vieja derecha que tenía en Carrero Blanco y sus obsesiones sobre la judería y los masones, a su más egregio representante. No es extraño que personajes que trabajaron en los servicios de espionaje de Carrero Blanco, como Joaquín Bardavío, vuelvan ahora a tener su oportunidad. Son los mismos que inventaron la conspiración etarra-comunista para la liquidación del Almirante. Lo que sorprende es la capacidad de la gente para creer lo que acucian los deseos y niega la realidad.
Que la dirección del Partido Popular y la mayoría de su cúpula dirigente esté anclada en la teoría de la conspiración etarra-talibán refleja uno de los ángulos más inquietantes de la situación, aquel que convierte a una oposición política en una partida de gañanes filibusteros salidos de las entrañas del franquismo, o formados a partir de ahí, para quienes los Peones Negros del ex militar Del Pino, los supuestos 100 enigmas del 11 de Marzo, convierten la alternativa conservadora en una amenaza de los restos de todos los naufragios de la derecha.
La Gran Revancha de quienes no perdieron sólo el poder sino el honor y la vergüenza. Seamos claros y rotundos: la teoría de la Gran Conspiración es lo más parecido que conozco a los Protocolos de los Sabios de Sión. Queda no obstante la Gran Revancha, esa pelea racial, moral, a garrotazos entre el sangriento macizo de la raza, nunca extinguido, y el vendedor de humo con el lirio en la mano y la sonrisa estúpida en la boca. Cualquiera de los dos amenaza con helarnos el corazón.
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