Economía de andar por casa
Hoy en Microsiervos explican cómo funciona esto, desde un artículo del Washington Post. Lo llaman Contabilidad Mental, y ponen un buen número de ejemplos que indican que los procesos mentales relacionados con el dinero no son siempre tan coherentes como creemos que deberían ser. El experimento que citan parte de que queremos ir al cine y dos entradas cuestan 10 euros. Un grupo pierde las entradas y otro pierde 10 euros antes de comprarlas. Qué hacer: ¿Comprar una nueva o volver a casa?. El 46% de los que perdieron la entrada comprarían otra, pero el 88% de los que perdieron el dinero lo harían. No tiene mucho sentido, ¿verdad?
Habla de eso y de más cosas aparentemente irracionales que sugieren que nuestro cerebro funciona asignando partidas de gasto e ingreso previsto, y que los descuadres en esta especie de presupuesto nos llevan a decisiones un poco tontas. Como comprar cosas rebajadas que no necesitamos porque están rebajadas. O jugar en el casino la paga extra pero ni un dólar más de la paga extra, como si fuese un dinero distinto. O ir al gimnasio porque hemos pagado aunque tengamos lesionado el tobillo.
Esto me recuerda a ese otro experimento en el que se pregunta a dos grupo de personas lo que estarían dispuestos a pagar porque les llevasen un refresco a la toalla de la playa. A un grupo se le informa del precio al que se compran las latas y a otro no. Sistemáticamente, el grupo que conoce el precio está dispuesto a pagar menos por la misma cosa en las mismas condiciones.
Sin embargo, creo que esto ya es distinto. Porque, siguiendo con la vena friki, me acuerdo también de otro experimento, y ya van tres, éste con niños y que vi en un documental de la BBC. Un niño recibe 10 monedas de chocolate y se le pide que las reparta con otro. El otro tiene la capacidad de vetar el reparto y dejar a los dos sin monedas, pero no hay segunda ronda, es decir, no hay negociación. Si dice que no, ninguno come y se van del experimento. Lo razonable en términos económicos es que diga que sí a cualquier cantidad de monedas; no tiene nada que perder. Sin embargo, cuando el reparto es especialmente desigual, los niños tienen a rechazar el acuerdo, renunciando a una, dos o tres chocolatinas a cambio de nada.
La verdad, tampoco hace falta ver un documental de la BBC. Se acordarán, supongo, de los bocadillos en el recreo de EGB… Ahí se llegaba a una suerte de equilibrio en la cantidad de bocadillo de salchichón compartida con el resto. Todos ponían o poníamos el dedo pulgar en el bocata para limitar el alcance de la mandíbula del otro, pero los que ponían el dedo demasiado cerca del borde se exponían al cabreo del resto, con consecuencias negativas en recreos posteriores.
En realidad, ni unos niños ni otros renuncian sólo por orgullo. Los autores de este último estudio , el de las chocolatinas, consideran que el cerebro está programado para no aceptar cambios que considere injustos, no por un ansia infinita de igualdad, sino como mecanismo de supervivencia a largo plazo. Es un mensaje. Decir que yo prefiero no comer y buscarme la vida antes que regalarte nada.
Dicho esto, y ya un poco más en serio, me fascinan estas historias. Si ustedes escuchan a un economista hablar, probablemente piensen que se encuentran ante un científico con capacidad de establecer hipótesis razonables y comprobarlas empíricamente, cuando en realidad no sólo es incapaz de hacer alguna estas dos cosas, sino que ni siquiera conoce los mecanismos de elección humana, que son al fin y al cabo los que definen nuestros actos y los causantes últimos de las consecuencias que queremos predecir, controlar o modificar. Decía Woody Allen que cuando alguien empieza hablando de Dios, acaba hablando de (o pidiendo) dinero. Aquí lo mismo. Cuando alguien empieza hablando de economía, termina hablando de política. De poder. Y voy a dejar aquí el desbarre, porque sí, estoy hablando de poder, de que en realidad estamos programados para rechazar, cuando podamos, el abuso. Que eso de "no como para que se joda el cocinero" no es tan idiota como pensamos, sino que es un instinto de supervivencia. Y las entradas se funden en mi cabeza como pegajosas plastas de chapapote, porque tenía una en mente, ya esbozada antes, sobre las más bien escasas diferencias entre las relaciones de poder-contrapoder en grandes empresas, grandes partidos políticos, universidades, dictaduras o cualquier grupo jerarquizado (el mundo de la moda, el literario, el periodístico o la comunidad científica) al hilo de La Vida de los Otros, pero sería demasiado.
Me limitaré a recordarles que ya saben lo que tienen que hacer cuando su empresa les quiera sodomizar más de lo normal. Y lo que tienen que responder cuando les espeten "no sabes lo que estás haciendo".
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