Burmese Days
Era hace dos semanas, pero parece que hace mil.Los chavales del restaurante shan de Mandalay no prestaban mucha atención al telediario; en Myanmar los occidentales, sobre todo cuando están sueltos, despiertan algo de curiosidad. Rápidamente cambiaron a lo que más les gusta, la música, un video de un concierto de las estrellas pop locales, con letras para seguir el karaoke. Cé-Zu-Tinpade, decían al acabar las canciones, “muchas gracias”. Los letreros, en realidad, sobraban. Los chavales cantaban en voz baja.
En el mismo telediario salía una nueva ofrenda de un alto funcionario en una pagoda de relumbrón. Es habitual. En casi todas las payas más o menos conocidas de Myanmar se ven las fotos del general de turno, con el inquietante uniforme verde, haciendo ofrendas o departiendo con un viejo monje. Por eso la manifestación de túnicas azafrán ha sido algo más que una imagen impactante para el telediario. Por eso, quizá, las primeras manifestaciones, del día 17, eran toleradas por el abominable régimen militar. Por eso, probablemente, pude tomar estas fotos el día 20 en la Aung San Road de Yangón. Era el cuarto día de manifestaciones y los monjes marchaban orgullosos, aplaudidos. Sabían lo que estaban haciendo, y sabían, seguro, lo que iba a pasar después. Yo no.
Decía el conductor de un coche de caballos, antes del famoso día 17, que los militares no dispararían. “China no quiere líos”. China, país que por lo visto encarna mejor que nadie los valores del olimpismo en este inicio del siglo, es el gran apoyo de la junta militar birmana. Recibe teca, jade, oro y piedras preciosas. De vuelta, en los gigantescos camiones Nissan Diesel que circulan por la carretera de Mandalay a Lashio, llegan armas y electrodomésticos. También trapichean con el opio y las anfetaminas que se producen en el Triángulo del Oro, y algunas ciudades fronterizas son lugar de solaz para los nuevos millonarios de la verdadera revolución cultural. Al parecer en el Golfo de Bengala se puede encontrar, bajo el lecho marino, eso que Astérix llamaba “aceite de roca”.
En 1988 los militares se cargaron a varios miles de personas a tiros, después convocaron elecciones para que aflorase la oposición y enviarla más fácilmente a la cárcel, a la cuneta o a detectar minas terrestres, como denunció la OIT. En paralelo, la junta militar tiene una red de espionaje interno tan bien trabajada que, minutos antes de que los monjes desfilasen por cuarto día por las principales calles de Yangón, algún camarero atemorizado decía que él no sabía nada de manifestaciones.
Uno viene tocado de viajes como Myanmar, aunque suene a tópico. Creo que no olvidaré nunca la manifestación de Yangón, la profunda dignidad del pueblo birmano, la impresionante autoridad de los monjes. Lo máximo a lo que pueden aspirar es a que alguna cámara o algún periodista occidental vea cómo los tirotean, pero siguen ahí, y no van a aflojar.
Asco de mundo.
PD.- ¿Alguien sabe cómo recortar/editar un video de QuickTime (formato.mov)?
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