El Campo Dei Fiori
Después de una semana en allí y de ver un Roma-Nápoles en un bar de Roma el sábado por la tarde, con un 4-4 final, de ver a la gente decir "Vaffan culo" a sus propios jugadores. De ver entrar al típico follonero a dar por saco cuando al final del partido empata el Nápoles. Después de eso y de que Enric González haya escrito este gran artículo en El País y de publicar en un libro sus historias del Calcio, no puedo menos que copiapegar Los defensas del Campo Dei Fiori, una de sus mejores historias del Calcio recopiladas en Superga:
La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido.
Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin.
Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí.
Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba.
Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe.
Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.
La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido.
Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin.
Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí.
Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba.
Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe.
Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.
8 Comments:
no es por joder, pero creo que laprima va a aparecer por aquí de un momento a otro a corregir alguna falta de ortografía...
por cierto, no conocerás un sitio con una parrilla, para comer verdura a la parrilla,...bueno, lo que viene siendo una ... ¿cómo decirlo? parrilla... cerca de la piazza navonna... bueno, tú me entiendes.
parrilla? y a mí que me güele que hay un doctor detrás de las ascuas...
Anónima
Pasando de laprima, viva el post perpetrado con tres cervezas en el cuerpo!!!
Un regalito:
¿cómo puedo llegar a ser un día un buen corresponsal en Roma?
Si me permite el cinismo, encuentre trabajo en una redacción y demuestre que es totalmente prescindible: tendrá más oportunidades de salir que quienes son del todo necesarios. Más en serio, creo que un corresponsal debe ser humilde, enamorarse del país sobre el que informa y mantener un escepticismo razonable.
http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?encuentro=3142&k=Enric_Gonzalez
Enric González es una maravilla, aunque le pasa lo que criticabas a Joaquín Vidal, en teoría hablaba de toros, pero sus artículos versaban sobre la vida.
Por cierto, para jugar en el patio de colegio es infinitamente jugar de defensa, tocas bastantes más balones que de delantero. Hay que aprovechar el poco tiempo del que dispones...
Otra cosa es jugar en serio...
Yo con 25 tacos empecé a jugar al futbol, literalmente, en una plaza italiana (un campo veneciano para más señas).
También etílico, también con vecinos incordiados... también con exaltación de los defensas, grupo al que mi escasa técnica me llevó. Colocación, carrera, anticipación, ganas y, repito, técnica cero.
Uno que en Chamberí formaba parte de los descartes a la hora de elegir los equipos, con los amigos italianos era codiciado como "uno dei migliori"... ¿cómo es posible no acabar adorando el calcio?.
--
Mi teoría sobre el defensivismo es otra. Al italiano, por encima de muchas las cosas le gusta la perfección: El café y su espuma, la pasta al dente, La vespa eterna, el Ferrari supremo... y el fútbol sin errores, sin goles, como me decía un amigo, "la partita perfetta è un 0-0".
Cierto, hay que ganar y ahí reside la grandeza de la victoria, en el error del enemigo.
Nosotros somo más toreros... viciados con nuesta fiesta nacional, hemos olvidado la finalidad y nos divertimos más con el recorrido.
Otro amigo italiano me preguntaba extrañado, "pero ¿y la corrida? , ¿quién la gana?, ¿cómo hacen los matadores para ganar al otro?".
Gracias chicos, me voy a comer sonriente.
Buenísimo el articulo de Enric, voy a comprarme ese libro ipso facto.
Que gran entrada. Y el artículo de Enric es maravilloso
Publicar un comentario
<< Home