El libro rojo
Rafa me ha hecho, sin querer casi, un gran regalo. Es un libro con mogollón de páginas. Tiene una tapa color rojo como de novela viejuna, o una Biblia de esas que ponen en las mesillas de hostal de carretera -sería más práctico poner condones, pero allá cada cual con sus manías-. El color del papel es más oscuro que el de los libros normales. Pero no es que sea vintage ni nada de eso, es simplemente viejo y Rafa, que es un basurillas, lo recogió de un contenedor.
Iba yo con el libro en blanco en el metro, y llevaba el libro en la mano derecha con la devoción con la que llevan la Biblia los mormones disfrazados de pilotos (o los pilotos disfrazados de mormones, nunca se sabe) que solían patrullar las calles. Yo, personalmente, prefería las señoras mayores con cara de desquicidas que, cuando el joven y cándido Pierre abría la puerta de la casa paternal, preguntaban, “¿hola majo, te gusta leer?” y yo respondía, “pues sí”, y entonces alargaban su mano y me ofrecían un cómic de terror llamado Atalaya que, en realidad, no era un cómic de terror, o quizá sí lo era, pero no pretendía ser eso, sino un libro de evangelización…
Iba yo, digo, en el metro con mi libro en ristre y miraba a la gente que leía otros libros, los suyos. Y, pensaba, mi libro es mejor. Mi libro es único. Mi libro rojo y viejuno es el mejor libro del mundo porque tiene todas y cada una de sus páginas en blanco. Y no sé si escribiré algo en él, qué demonios. No sé si acabará como cuento para niños, si lo utilizaré para salvar de mi memoria de pez un puñado de recetas de cocina, para escribir tonterías peregrinas como hago en este blog o para que mi padre escriba esa novela que siempre quiso escribir, o para que las personas que pasen por mi casa no se vayan sin dejar algo de sí mismas, o para dejarlo encima de la mesa como una señal de todas las cosas que pueden estar por venir porque, la verdad, cuando uno tiene los ojos abiertos en un día normal pueden pasar tantas cosas interesantes como para llenar ese libro. O, mejor aún, el libro servirá para que un desconocido lo encuentre en algún sitio y se lo regale a algún amigo y ese amigo piense en todo lo que puede dar de sí un simple día si se tiene a mano un libro en blanco donde escribir lo que se le va pasando por
Etiquetas: ideas peregrinas, libros
3 Comments:
A mí solo ver la portada de Atalaya me da, no miedo, sino escalofríos.
- No gracias, no soy creyente.
- No si es sobre historia, sobre la vida de hoy, sobre si Dios es el culpable de las guerras.
- No tengo tiempo, lo siento.
Preciosa la entrada, artista.
...para conseguir un libro así, tienes que tener un amigo que rebusque en los contenedores...
Anónima
Beso gordo, Rafa
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