la primera vez
Es un poco idiota hacer una crónica de un concierto dos o tres o cuatro semanas después del acto, pero a veces estas cosas no las eliges y, qué demonios, lo hago por amor al arte y, además, esto no es una crónica. En realidad, son dos conciertos. Chavetas. Y a la Soga 74. Los dos que he visto últimamente. Unos de Toledo, otros de Burgos (perdón, de Gamonal). Para Chavetas era el primer concierto y lo hacían en un sitio que antes era el San Mateo, 6 y ahora no sé como demonios se llama. Los otros en el Gruta.
La primera vez es eso, la primera vez. Luego hay otras mejores y algunas peores, más o menos divertidas, y cada vez es una historia, pero la primera es distinta a todas, y así se queda en la memoria, casi como un pedazo de infancia. Quizá la infancia consista en eso, en que las cosas pasan por primera vez, y por eso sea, en parte, un estado mental. Y quizá los recuerdos, según pasa el tiempo, van siendo sustituidos por aquello que queremos recordar o por una imagen ideal de aquel día. De hecho, creo que la mayor parte de los recuerdos que tenemos de la infancia son imágenes creadas a posteriori o interpretaciones distorsionadas de lo que en realidad pasó.
En el primer concierto todos están excitados. Los que tocan y los que miran. Se observan entre ellos (se huelen) porque los unos no saben cómo les va a salir ni los otros qué les espera, y todos esperan la reacción del otro. Y se saluda todo el mundo, porque el primer concierto es como una boda y están los del curro, los colegas de toda la vida, gente que no sabes por qué va y otros que hace mucho que no les ves. Y los que tocan comprueban siete veces el mismo cable, porque quieren parecer profesionales y porque no saben qué se hace en esos casos. Cuando se toca ya es otra cosa; hay gente que disfruta más y otros menos, como en todo. Lo habitual es ir a toda velocidad para terminar pronto, como si el último bis fuese la meta, el objetivo que cumplir. Sacarlo todo de golpe y el 'lo hemos hecho, joder'. Chavetas no. Chavetas es otra cosa; se lo pasaron bien tocando, hicieron el payaso, tocaron sin miedo, como si estuviesen en el local de ensayo y, presumo, se lo pasaron bien después. Pero es que tienen bastante morro, y eso no es lo normal.
Ahora, supongo, cuando pasen por delante del local (infame, como todos los locales del primer concierto) tendrán esa sensación de que han hecho una cosa más en la vida, que se han puesto a hacer música para divertirse ellos y para que sus amigos se lo pasen bien una noche. Chavetas darán muchos más conciertos, eso se les nota, pero aunque el de ayer fuese el último concierto, los ensayos, la pasta, el tiempo, los planes a los que han renunciado, habrán merecido la pena.
Soga 74 ya son otra cosa. Quiero decir, que salen 1.630 resultados en Google. Dieron un pedazo de concierto de rock, así, con todas las letras, en el Gruta 77. La gente, quitando el clásico grupo de burgaleses expatriados (que son algo así como el 20% de la población de Madrid) iba a ver al siguiente grupo, Mother Superior, pero doy fe de que les flipó el grupo de Ponchete y compañía, con su sonido en plan Hellacopters y ese rollo de rockero sin pose que sólo un rockero sin pose puede tener. A mí también me fliparon. Tenía, además, una de estas deudas extrañas por no haberles ido a ver antes. Una deuda autoimpuesta, de esas que nos generamos nosotros mismos y que nadie nos dice ni decimos a nadie, pero que tenemos en cuenta.
También se lo pasaron bien los de la Soga, se les notaba. Tienen callo, pero tocaban en el Gruta 77 con público desconocido y teloneando a Mother Superior, que yo no les conocía pero son cojonudos, además de la banda de Henry Rollins. También me gustaron, ya que me pongo, Mother Superior, tres frikis americanos sacados de Clerks. Pero sobre todo la Soga 74. Aunque, la verdad, no esperaba menos. Rock rápido, en inglés y español, garajero, antítesis del mogollón de grupos artificiales que salen en los suplementos de los viernes de los periódicos o en las revistillas de tendencias. Cinco tíos que se lo pasan bien tocando y que tocan lo que les gusta. De eso se trata.
La primera vez es eso, la primera vez. Luego hay otras mejores y algunas peores, más o menos divertidas, y cada vez es una historia, pero la primera es distinta a todas, y así se queda en la memoria, casi como un pedazo de infancia. Quizá la infancia consista en eso, en que las cosas pasan por primera vez, y por eso sea, en parte, un estado mental. Y quizá los recuerdos, según pasa el tiempo, van siendo sustituidos por aquello que queremos recordar o por una imagen ideal de aquel día. De hecho, creo que la mayor parte de los recuerdos que tenemos de la infancia son imágenes creadas a posteriori o interpretaciones distorsionadas de lo que en realidad pasó.
En el primer concierto todos están excitados. Los que tocan y los que miran. Se observan entre ellos (se huelen) porque los unos no saben cómo les va a salir ni los otros qué les espera, y todos esperan la reacción del otro. Y se saluda todo el mundo, porque el primer concierto es como una boda y están los del curro, los colegas de toda la vida, gente que no sabes por qué va y otros que hace mucho que no les ves. Y los que tocan comprueban siete veces el mismo cable, porque quieren parecer profesionales y porque no saben qué se hace en esos casos. Cuando se toca ya es otra cosa; hay gente que disfruta más y otros menos, como en todo. Lo habitual es ir a toda velocidad para terminar pronto, como si el último bis fuese la meta, el objetivo que cumplir. Sacarlo todo de golpe y el 'lo hemos hecho, joder'. Chavetas no. Chavetas es otra cosa; se lo pasaron bien tocando, hicieron el payaso, tocaron sin miedo, como si estuviesen en el local de ensayo y, presumo, se lo pasaron bien después. Pero es que tienen bastante morro, y eso no es lo normal.
Ahora, supongo, cuando pasen por delante del local (infame, como todos los locales del primer concierto) tendrán esa sensación de que han hecho una cosa más en la vida, que se han puesto a hacer música para divertirse ellos y para que sus amigos se lo pasen bien una noche. Chavetas darán muchos más conciertos, eso se les nota, pero aunque el de ayer fuese el último concierto, los ensayos, la pasta, el tiempo, los planes a los que han renunciado, habrán merecido la pena.
Soga 74 ya son otra cosa. Quiero decir, que salen 1.630 resultados en Google. Dieron un pedazo de concierto de rock, así, con todas las letras, en el Gruta 77. La gente, quitando el clásico grupo de burgaleses expatriados (que son algo así como el 20% de la población de Madrid) iba a ver al siguiente grupo, Mother Superior, pero doy fe de que les flipó el grupo de Ponchete y compañía, con su sonido en plan Hellacopters y ese rollo de rockero sin pose que sólo un rockero sin pose puede tener. A mí también me fliparon. Tenía, además, una de estas deudas extrañas por no haberles ido a ver antes. Una deuda autoimpuesta, de esas que nos generamos nosotros mismos y que nadie nos dice ni decimos a nadie, pero que tenemos en cuenta.
También se lo pasaron bien los de la Soga, se les notaba. Tienen callo, pero tocaban en el Gruta 77 con público desconocido y teloneando a Mother Superior, que yo no les conocía pero son cojonudos, además de la banda de Henry Rollins. También me gustaron, ya que me pongo, Mother Superior, tres frikis americanos sacados de Clerks. Pero sobre todo la Soga 74. Aunque, la verdad, no esperaba menos. Rock rápido, en inglés y español, garajero, antítesis del mogollón de grupos artificiales que salen en los suplementos de los viernes de los periódicos o en las revistillas de tendencias. Cinco tíos que se lo pasan bien tocando y que tocan lo que les gusta. De eso se trata.
Etiquetas: beautiful girls, planet of sound
2 Comments:
Vaya como se nota el domingo con calorcito, que envidcia. Ocho horas mas tarde, emirP.
En efecto Pierre, presumes bien, nos lo pasamos de puta madre aquella noche.
Y sí, esperemos que no sea el último concierto, y usted que lo vea.
Saludos
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