bubble bobble 2
Ya les conté, más o menos, de qué tratan las burbujas financieras. Una entrada más desperdiciada, pues lo único que había que decir es que cuando una cosa sube de precio y la peña se da cuenta de que gana pasta con eso, hace que suba de precio para ganar más pasta a costa de otros hasta que no queda nadie que engañar y la burbuja peta.
Ahora bien, las casas son algo bien distinto a los sellos, los tulipanes o las empresas de internet. Por lo general, las casas no se mueven. Y, salvo honrosas excepciones como Don Johnson, el género humano tiende a vivir bajo techo. Dos cositas dos que significan, por un lado, una demanda natural garantizada (y no por el aumento de la población, que desde que murió Franco y Felipe nos dijo póntelo nos hemos dado al fornicio improductivo y despreocupado) y una oferta limitada (rígida) por el otro. Según la gente tiene más pasta quiere un piso más grande o, simplemente, quiere echar un kiki improductivo y despreocupado sin que sus padres vean el Cuéntame en la habitación de al lado y, además, el piso que quiere comprar nuestro joven protagonista es único, no se puede producir otro piso. Y hay otra cosa característica en el mercado de la vivienda, y es que cuestan una pasta. En España es la mayor inversión realizada por la práctica totalidad de las familias.
Por todo esto cuando las cosas empiezan a marchar un poco bien la gente lo tiene claro. Compra tierras. Los inmuebles son un excelente termómetro, un fiel reflejo de las expectativas y de la capacidad de gasto/inversión de los ciudadanos. Si tenemos algo de pasta y las expectativas son favorables es normal que compremos la casa. Si los generosos contribuyentes europeos nos dan un pastón que te cagas por llevar pienso, recoger la mierda y ordeñar unas vacas o por tener una plantación de girasoles agostados, nos compramos una casa. Si nos han dado un despacho, visa de empresa y un pastizal al mes por hacer presentaciones de PowerPoint con citas de SunTzu, nos compramos una casa. Si nos hemos forrado poniendo un chiringuito de tunear coches al lado del centro comercial, nos compraremos una casa. Si estamos en la oficina hasta las tantas y volvemos follados para ver si podemos ver al niño despierto nos habremos comprado ya una casa, o si nos encanta que pongan CSI los lunes porque llegamos hechos una mierda y sin ganas de pensar, o si por la mañana curramos de teleoperatriz y por la tarde hacemos lo que creemos que es lo nuestro, probablemente nos compremos una casa en algún momento. Todo eso, los madrugones con la boca pastosa de 10, 15, 20 años, los días sin ver apenas la luz o las primaveras que no hemos disfrutado; las películas que no hemos visto o las chicas que no hemos conocido porque al día siguiente trabajábamos, todo se sacrifica a un único objetivo. La casa.
Curiosamente, el desenfreno con el que los inmuebles recogen el buen tiempo no tiene camino de vuelta o, mejor dicho, éste es diferente. Por los elementos antes mencionados, las personas son muy reticentes a vender. A no ser que se cambien de una casa a otra o que, simplemente, se forren con el trapicheo de pisos. Pero por lo general nadie vende una casa. Los que viven dentro, porque muy jodidos tienen que estar para desprenderse de ella e irse de alquiler a una más pequeña; y los que tienen varias casas, porque saben cómo está el percal. Así de sencillo.
Creerán ustedes que les he engañado en la entrada anterior. Que es cierto que las casas tienen una serie de propiedades escasamente terrenales que las protegen de caídas en el precio. Pero no es así. Las casas son como los de Bilbao, que nacen donde se les pone los cojones. Bajan de precio, pero a su estilo. Compramos una casa por 30 kilos y al cabo de cuatro años pedimos 40. Todo el mundo a ve pero nadie compra. Pedimos 35 y lo mismo. Pedimos 30 y ya no bajamos, pero tampoco se vende. El precio no ha bajado, pero el mercado se ha enfriado. En un ejemplo extremo, el oso de peluche con los ojos arrancados que teníamos de pequeños no baja de precio hasta que no se vende. Y como vender una casa no es ninguna tontería, las casas no bajan. O eso pensamos.
El precio sólo cae de verdad cuando la gente empieza a quitarse las casas de encima. Algo que sólo ocurre cuando llega una crisis económica de las gordas, de las que destruyen empleo a espuertas, o cuando las expectativas son profundamente negativas. Hoy por hoy se calcula que las casas en Japón valen un 80% de lo que valían en el pico de la burbuja inmobiliaria nipona, que fue de las buenas. Los terrenitos del emperador de Tokio valían, a precios de mercado, lo mismo que todos los activos inmobiliarios de Canadá. Ya saben que los japoneses, cuando se ponen, se ponen. Aunque también es cierto que ahora, sin burbuja ni nada, los terrenitos del señor Aki Hito valen un quinto de Canadá, para que luego nos quejemos de Juancarling. Lo más habitual es que se ajusten durante unos años de caídas moderadas, como sucedió en los años 90 en el Reino Unido. Pero cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que, cuanto mayores sean las subidas, más jodida será la caída. Porque con tanta morralla nos olvidamos del pequeño detalle de que las casas las tiene que pagar alguien, que siempre hay un pringado al final de la cola del esquema de Ponzi, y que a largo plazo los precios inmobiliarios (incluyendo precio de la vivienda y coste financiero de la compra, es decir hipoteca) no pueden subir a un ritmo muy superior al de los salarios con que se pagan. Y cuanto más se separen estas dos variables, mayores serán las hostias por vender cuando cambien las expectativas.
En Españaza, como somos más chulos que un ocho, hay un par de detalles que agudizan más la tedencia al alza de los precios. Primero, que comprarse una casa es una obligación. No hay mercado de alquiler. Simplemente, no existe. Y no pasa nada. Los problemas para echar a un inquilino que no paga son un prototipo de lo que se entiende en España por seguridad jurídica, de la que podrá dar cuenta también Farruquito o el De Juana a quien por el mismo hecho se condena, ora a un siglo, ora a tres meses de cárcel. En cualquier caso, la causa principal de que no alquile ni Dios es que Franco, el de la guerra de 1934, consideró acertadamente que un pueblo amarrado a una pared sin alicatar es un pueblo adocenado y cobarde, con lo que sembró Españaza de viviendas de yugo y flechas, tal y como nos explican los documentos oficiales de la sección femenina que se retransmiten bajo el nombre de Cuéntame. La Transición trajo el destape, la movida y una supuesta apertura del país que, en lo que a vivienda se refiere, implicó cambiar la inauguración de viviendas en plan pantano por un pintoresco sistema fiscal según el cual quien no tiene casa está obligado a pagarle a quien se la puede comprar parte del pastón que éste abona mensualmente al banco, que es el único que se forra.
Por el lado de la oferta, el gracejo español tan bien representado por Raúl González Blanco o los Morancos ha encontrado en el mercado inmobiliario su hábitat natural, merced a una normativa que establece que los ayuntamientos dicen dónde se pueden construir casas, que les otorga terrenos en cada promoción y que les permite vender dichos terrenos a precio de mercado. Todo esto, claro está, sin supervisión alguna. Un buen ejemplo de lo que se entiende en nuestra piel de toro por liberalizar. Porque los aspectos de competencia en el terreno de la promoción o los controles administrativos se consideran rémoras del pasado. Paralelamente, la inmigración, el divorcio y demás plagas instauradas por los masones, además de hacer degenerar la raza, han incentivado la creación de hogares. Y como éramos pocos, los jubilados alemanes se traen el taca-taca para ver los partidos de la Bundesliga vía satélite.
P.D. Después de empezar esta entrada y antes de colgarla la burbuja inmobiliaria ha petado en la Bolsa. Seguramente, si hay un antes y un después en el ciclo inmobiliario, se apunte a esta primavera , más por vagancia que por otra cosa. Si les llama la atención que no cuente nada de eso, sepan que ésta es sólo la parte 2 de la entrada. Continuará...
Ahora bien, las casas son algo bien distinto a los sellos, los tulipanes o las empresas de internet. Por lo general, las casas no se mueven. Y, salvo honrosas excepciones como Don Johnson, el género humano tiende a vivir bajo techo. Dos cositas dos que significan, por un lado, una demanda natural garantizada (y no por el aumento de la población, que desde que murió Franco y Felipe nos dijo póntelo nos hemos dado al fornicio improductivo y despreocupado) y una oferta limitada (rígida) por el otro. Según la gente tiene más pasta quiere un piso más grande o, simplemente, quiere echar un kiki improductivo y despreocupado sin que sus padres vean el Cuéntame en la habitación de al lado y, además, el piso que quiere comprar nuestro joven protagonista es único, no se puede producir otro piso. Y hay otra cosa característica en el mercado de la vivienda, y es que cuestan una pasta. En España es la mayor inversión realizada por la práctica totalidad de las familias.
Por todo esto cuando las cosas empiezan a marchar un poco bien la gente lo tiene claro. Compra tierras. Los inmuebles son un excelente termómetro, un fiel reflejo de las expectativas y de la capacidad de gasto/inversión de los ciudadanos. Si tenemos algo de pasta y las expectativas son favorables es normal que compremos la casa. Si los generosos contribuyentes europeos nos dan un pastón que te cagas por llevar pienso, recoger la mierda y ordeñar unas vacas o por tener una plantación de girasoles agostados, nos compramos una casa. Si nos han dado un despacho, visa de empresa y un pastizal al mes por hacer presentaciones de PowerPoint con citas de SunTzu, nos compramos una casa. Si nos hemos forrado poniendo un chiringuito de tunear coches al lado del centro comercial, nos compraremos una casa. Si estamos en la oficina hasta las tantas y volvemos follados para ver si podemos ver al niño despierto nos habremos comprado ya una casa, o si nos encanta que pongan CSI los lunes porque llegamos hechos una mierda y sin ganas de pensar, o si por la mañana curramos de teleoperatriz y por la tarde hacemos lo que creemos que es lo nuestro, probablemente nos compremos una casa en algún momento. Todo eso, los madrugones con la boca pastosa de 10, 15, 20 años, los días sin ver apenas la luz o las primaveras que no hemos disfrutado; las películas que no hemos visto o las chicas que no hemos conocido porque al día siguiente trabajábamos, todo se sacrifica a un único objetivo. La casa.
Curiosamente, el desenfreno con el que los inmuebles recogen el buen tiempo no tiene camino de vuelta o, mejor dicho, éste es diferente. Por los elementos antes mencionados, las personas son muy reticentes a vender. A no ser que se cambien de una casa a otra o que, simplemente, se forren con el trapicheo de pisos. Pero por lo general nadie vende una casa. Los que viven dentro, porque muy jodidos tienen que estar para desprenderse de ella e irse de alquiler a una más pequeña; y los que tienen varias casas, porque saben cómo está el percal. Así de sencillo.
Creerán ustedes que les he engañado en la entrada anterior. Que es cierto que las casas tienen una serie de propiedades escasamente terrenales que las protegen de caídas en el precio. Pero no es así. Las casas son como los de Bilbao, que nacen donde se les pone los cojones. Bajan de precio, pero a su estilo. Compramos una casa por 30 kilos y al cabo de cuatro años pedimos 40. Todo el mundo a ve pero nadie compra. Pedimos 35 y lo mismo. Pedimos 30 y ya no bajamos, pero tampoco se vende. El precio no ha bajado, pero el mercado se ha enfriado. En un ejemplo extremo, el oso de peluche con los ojos arrancados que teníamos de pequeños no baja de precio hasta que no se vende. Y como vender una casa no es ninguna tontería, las casas no bajan. O eso pensamos.
El precio sólo cae de verdad cuando la gente empieza a quitarse las casas de encima. Algo que sólo ocurre cuando llega una crisis económica de las gordas, de las que destruyen empleo a espuertas, o cuando las expectativas son profundamente negativas. Hoy por hoy se calcula que las casas en Japón valen un 80% de lo que valían en el pico de la burbuja inmobiliaria nipona, que fue de las buenas. Los terrenitos del emperador de Tokio valían, a precios de mercado, lo mismo que todos los activos inmobiliarios de Canadá. Ya saben que los japoneses, cuando se ponen, se ponen. Aunque también es cierto que ahora, sin burbuja ni nada, los terrenitos del señor Aki Hito valen un quinto de Canadá, para que luego nos quejemos de Juancarling. Lo más habitual es que se ajusten durante unos años de caídas moderadas, como sucedió en los años 90 en el Reino Unido. Pero cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que, cuanto mayores sean las subidas, más jodida será la caída. Porque con tanta morralla nos olvidamos del pequeño detalle de que las casas las tiene que pagar alguien, que siempre hay un pringado al final de la cola del esquema de Ponzi, y que a largo plazo los precios inmobiliarios (incluyendo precio de la vivienda y coste financiero de la compra, es decir hipoteca) no pueden subir a un ritmo muy superior al de los salarios con que se pagan. Y cuanto más se separen estas dos variables, mayores serán las hostias por vender cuando cambien las expectativas.
En Españaza, como somos más chulos que un ocho, hay un par de detalles que agudizan más la tedencia al alza de los precios. Primero, que comprarse una casa es una obligación. No hay mercado de alquiler. Simplemente, no existe. Y no pasa nada. Los problemas para echar a un inquilino que no paga son un prototipo de lo que se entiende en España por seguridad jurídica, de la que podrá dar cuenta también Farruquito o el De Juana a quien por el mismo hecho se condena, ora a un siglo, ora a tres meses de cárcel. En cualquier caso, la causa principal de que no alquile ni Dios es que Franco, el de la guerra de 1934, consideró acertadamente que un pueblo amarrado a una pared sin alicatar es un pueblo adocenado y cobarde, con lo que sembró Españaza de viviendas de yugo y flechas, tal y como nos explican los documentos oficiales de la sección femenina que se retransmiten bajo el nombre de Cuéntame. La Transición trajo el destape, la movida y una supuesta apertura del país que, en lo que a vivienda se refiere, implicó cambiar la inauguración de viviendas en plan pantano por un pintoresco sistema fiscal según el cual quien no tiene casa está obligado a pagarle a quien se la puede comprar parte del pastón que éste abona mensualmente al banco, que es el único que se forra.
Por el lado de la oferta, el gracejo español tan bien representado por Raúl González Blanco o los Morancos ha encontrado en el mercado inmobiliario su hábitat natural, merced a una normativa que establece que los ayuntamientos dicen dónde se pueden construir casas, que les otorga terrenos en cada promoción y que les permite vender dichos terrenos a precio de mercado. Todo esto, claro está, sin supervisión alguna. Un buen ejemplo de lo que se entiende en nuestra piel de toro por liberalizar. Porque los aspectos de competencia en el terreno de la promoción o los controles administrativos se consideran rémoras del pasado. Paralelamente, la inmigración, el divorcio y demás plagas instauradas por los masones, además de hacer degenerar la raza, han incentivado la creación de hogares. Y como éramos pocos, los jubilados alemanes se traen el taca-taca para ver los partidos de la Bundesliga vía satélite.
P.D. Después de empezar esta entrada y antes de colgarla la burbuja inmobiliaria ha petado en la Bolsa. Seguramente, si hay un antes y un después en el ciclo inmobiliario, se apunte a esta primavera , más por vagancia que por otra cosa. Si les llama la atención que no cuente nada de eso, sepan que ésta es sólo la parte 2 de la entrada. Continuará...
Etiquetas: dame un euro
10 Comments:
Que conste que con estos posts estás insultando la fe del culto de los nuncabajistas...
"..un pintoresco sistema fiscal según el cual quien no tiene casa está obligado a pagarle a quien se la puede comprar parte del pastón que éste abona mensualmente al banco..."
Ahí le has dado, a lo que yo añadiría que ese 15% de desgravación fiscal en los pagos de la vivienda está seguramente trasladado al precio de la misma. Es decir, que si el Estado no estuviese inflando la demanda con ese 15%, los precios serían más bajos.
Sencillamente magistral.
Apunto que, puestos a que el Estado subvencione la compra de vivienda (que, aunque la Constitución diga lo contrario, actualmente es un producto de lujo), casi sería mejor probar con otra forma de intervencionismo: poner precios límite al metro cuadrado (como se hace más o menos con la gasolina o la electricidad). Pero cada vez que digo esto la gente se echa las manos a la cabeza. ¡Qué barbaridad!
Y lo mejor de todo es que ahora lo que se quiere es potenciar el mercado de alquiler. Cojonudo por nosotros, pero más cojonudo, por supuesto, para los propietarios, doble negocio, están al plato y a las tajás.
Si todo se cumple, terminaremos pagando los seguros multivivienda, los comerciales de las agencias inmobiliarias y todo el tinglado para que los propietarios tengan la bondad de alquilar sus pisos. Por supuesto el precio del alquiler no estará regulado, pero cómo! Para eso está el mercado, oferta y demanda.
En fin. El 17 de mayo liberaremos de todo vía rock and roll en el Midada Club con CHAVETAS
Como tú dices, si alguien habla de un pinchazo, lo atribuirá a esta primavera, pero más por vagancia que por otra cosa, porque me da a mi que de momento, esto no va a cambiar tanto.
Y que conste que soy hipotecado a 30 añitos. Y estas entradas tuyas me asustan que no veas...
No le hagas caso sebastiandell. Pierre no tiene hipoteca y eso, en el fondo, le jode. Le gustaría ser "masa" y quejarse como uno más pero no puede...la vivienda la tiene solucionada.
Anónima
PD: Pierre, seguro que me perdonas esta frivolidad pero es que esta entrada se estaba poniendo muy seria y tus lectores están "acojonaos"
Esta segunda parte me ha gustado aún más que la primera. Más razón que un santo, oiga.
Repito mis felicitaciones.
Me encanta el término "españaza", que bien nos define...
Ay, yo soy una de esas que vio el percal hace meses, se deshizo de la hipoteca y se fue de alquiler a un pisito minusculo, como una desheredada... Y ahora me froto las manos mezquinamente, esperando a que suban los tipos de interés un poco más..., mientras los intereses de lo ganado me pagan el alquiler. En fin.
Españaza remite en el fondo y en la forma a la expresión de antañazo.
Bueno me encanta verte en plan gamberro más que de fino analista del sector...aunque bien pensado el mejor analista debería ser por lo menos tan gamberro como vos, Pierre.
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