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Y allá van de nuevo...

domingo, septiembre 21, 2008

Siete meses y un día

Siete meses dan para bastante. Para experimentar qué pasa cuando España gana al fútbol, por empezar por las cosas importantes. No, Míchel melomerezco no comentaba los partidos de la selección de Españaza el glorioso mes de junio de 2008, pero como anunciamos allá por enero, Aragonés y su dentadura guiaron a España en una maravillosa Eurocopa. No es la primera profecía deportiva cumplida, la Profecía Número Uno ya está en el saco y estamos trabajando en la Profecía Número Dos.

Siete meses dan de sobra para que el mundo económico se dé la vuelta cual calcetín sudado y con tomates. La burbuja montada por pijos encorbatados que hacían yoga es el sonrojo de los expresidentes del Real Madrid, maridos de folclóricas y listillos cañí en general, pringaos
incapaces siquiera de hacer quebrar un banco en la reseca y recia tierra española. E incapaces, también de montárselo de modo que cuando vengan mal dadas hay que dedicar billones de euros para que el mundo siga girando y, de paso, florezcan guarderías bilingües, restaurantes de fusión y burdeles de lujo. En todo caso, tanto el sistema piramidal de Wall Street como el ladrillo nacional demuestran que la tendencia autodestructiva de la estupidez humana. Aunque con matices: en Manhattan los que salían de Lehman Brothers con las fotos de la familia una cajita cobraron en marzo el bonus de 2007. Los que se compraron una casa con vistas a dos autovías, pagada a 40 años con la mitad del salario no. Y mientras tanto los movimientos anticapitalistas y la izquierda han obtenido un paradójico triunfo intelectual por la vía de los hechos. No sólo sin proponérselo, sino sin haberse enterado todavía.

En siete meses, también, se puede calibrar mejor la exponencial degeneración de la profesión periodística en España. Traten de buscar en Google "accidente Spanair" sin que aparezcan las palabras "Testimonio, carbonizado, libertad de expresión, PSOE, PP, vídeo".

Y en siete meses un negro hijo de musulmán puede ser elegido presidente por los mismos pollos que en 2004 votaron a Bush porque Kerry y Edwards eran unos rojos peligrosos. La alternativa es guay: un abuelo al que se le empieza a ir la olla acompañado de una calientapollas de instituto reconvertida en ama de casa cuando le hicieron un bombo, un personaje clavado a la mujer casada amante de Matt Dillon en Beautiful Girls. Su mayor virtud, seguramente, es que probablemente sean de las pocas personas capaces de hacer buenos los ocho años de Bush.

Es importante lo que ha pasado en siete meses, empezando por el fútbol y todo eso, pero también lo que no ha pasado: No se ha acabado el mundo por un agujero negro provocado por un gran colisionador de hadrones. Un artículo que, a pesar de su nombre, no lo encontrará en la teletienda, señora. Fascinante la cobertura mediática del trasto este después de que dos individuos dijesen que generaría un agujero negro y fascinante que lo mejor que se pueda decir de un trasto de varios miles de millones de euros es que, al menos, no provocará un agujero negro.

En siete meses todos estamos un poco más viejos y dormimos peor cuando tomamos cuatro putas cervezas, aunque también podemos ver cómo crecen los hijos de algunos de nuestros mejores amigos. En siete meses se puede leer un libro, Vida y Destino, que enseña más que cuatro años de universidad. En siete meses se pueden adoptar aficiones nuevas o retomar algunas olvidadas; se pueden incumplir promesas de todo tipo y se pueden hacer viajes inolvidables. Se puede conocer gente nuevo o reencontrarse con viejas amistadas, se puede perder el curro o se puede encontrar uno nuevo.

Qué se yo, siete meses dan para muchísimo. En siete meses y un día da, incluso, para retomar un blog congelado en el tiempo de forma lamentable, con la misma pretensión que cuando se empezó en enero de 2006; escribir cuatro cosas y quedarse a gusto. Y, bueno, ya sé que si usted está leyendo esto es por el mismo motivo que el portero físico de su casa lee libros (los dos están en el curro), pero igual le hace gracia leerlo, como a mí escribirlo.

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