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Y allá van de nuevo...

miércoles, abril 25, 2007

bubble bobble 2

Ya les conté, más o menos, de qué tratan las burbujas financieras. Una entrada más desperdiciada, pues lo único que había que decir es que cuando una cosa sube de precio y la peña se da cuenta de que gana pasta con eso, hace que suba de precio para ganar más pasta a costa de otros hasta que no queda nadie que engañar y la burbuja peta.

Ahora bien, las casas son algo bien distinto a los sellos, los tulipanes o las empresas de internet. Por lo general, las casas no se mueven. Y, salvo honrosas excepciones como Don Johnson, el género humano tiende a vivir bajo techo. Dos cositas dos que significan, por un lado, una demanda natural garantizada (y no por el aumento de la población, que desde que murió Franco y Felipe nos dijo póntelo nos hemos dado al fornicio improductivo y despreocupado) y una oferta limitada (rígida) por el otro. Según la gente tiene más pasta quiere un piso más grande o, simplemente, quiere echar un kiki improductivo y despreocupado sin que sus padres vean el Cuéntame en la habitación de al lado y, además, el piso que quiere comprar nuestro joven protagonista es único, no se puede producir otro piso. Y hay otra cosa característica en el mercado de la vivienda, y es que cuestan una pasta. En España es la mayor inversión realizada por la práctica totalidad de las familias.

Por todo esto cuando las cosas empiezan a marchar un poco bien la gente lo tiene claro. Compra tierras. Los inmuebles son un excelente termómetro, un fiel reflejo de las expectativas y de la capacidad de gasto/inversión de los ciudadanos. Si tenemos algo de pasta y las expectativas son favorables es normal que compremos la casa. Si los generosos contribuyentes europeos nos dan un pastón que te cagas por llevar pienso, recoger la mierda y ordeñar unas vacas o por tener una plantación de girasoles agostados, nos compramos una casa. Si nos han dado un despacho, visa de empresa y un pastizal al mes por hacer presentaciones de PowerPoint con citas de SunTzu, nos compramos una casa. Si nos hemos forrado poniendo un chiringuito de tunear coches al lado del centro comercial, nos compraremos una casa. Si estamos en la oficina hasta las tantas y volvemos follados para ver si podemos ver al niño despierto nos habremos comprado ya una casa, o si nos encanta que pongan CSI los lunes porque llegamos hechos una mierda y sin ganas de pensar, o si por la mañana curramos de teleoperatriz y por la tarde hacemos lo que creemos que es lo nuestro, probablemente nos compremos una casa en algún momento. Todo eso, los madrugones con la boca pastosa de 10, 15, 20 años, los días sin ver apenas la luz o las primaveras que no hemos disfrutado; las películas que no hemos visto o las chicas que no hemos conocido porque al día siguiente trabajábamos, todo se sacrifica a un único objetivo. La casa.

Curiosamente, el desenfreno con el que los inmuebles recogen el buen tiempo no tiene camino de vuelta o, mejor dicho, éste es diferente. Por los elementos antes mencionados, las personas son muy reticentes a vender. A no ser que se cambien de una casa a otra o que, simplemente, se forren con el trapicheo de pisos. Pero por lo general nadie vende una casa. Los que viven dentro, porque muy jodidos tienen que estar para desprenderse de ella e irse de alquiler a una más pequeña; y los que tienen varias casas, porque saben cómo está el percal. Así de sencillo.

Creerán ustedes que les he engañado en la entrada anterior. Que es cierto que las casas tienen una serie de propiedades escasamente terrenales que las protegen de caídas en el precio. Pero no es así. Las casas son como los de Bilbao, que nacen donde se les pone los cojones. Bajan de precio, pero a su estilo. Compramos una casa por 30 kilos y al cabo de cuatro años pedimos 40. Todo el mundo a ve pero nadie compra. Pedimos 35 y lo mismo. Pedimos 30 y ya no bajamos, pero tampoco se vende. El precio no ha bajado, pero el mercado se ha enfriado. En un ejemplo extremo, el oso de peluche con los ojos arrancados que teníamos de pequeños no baja de precio hasta que no se vende. Y como vender una casa no es ninguna tontería, las casas no bajan. O eso pensamos.

El precio sólo cae de verdad cuando la gente empieza a quitarse las casas de encima. Algo que sólo ocurre cuando llega una crisis económica de las gordas, de las que destruyen empleo a espuertas, o cuando las expectativas son profundamente negativas. Hoy por hoy se calcula que las casas en Japón valen un 80% de lo que valían en el pico de la burbuja inmobiliaria nipona, que fue de las buenas. Los terrenitos del emperador de Tokio valían, a precios de mercado, lo mismo que todos los activos inmobiliarios de Canadá. Ya saben que los japoneses, cuando se ponen, se ponen. Aunque también es cierto que ahora, sin burbuja ni nada, los terrenitos del señor Aki Hito valen un quinto de Canadá, para que luego nos quejemos de Juancarling. Lo más habitual es que se ajusten durante unos años de caídas moderadas, como sucedió en los años 90 en el Reino Unido. Pero cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que, cuanto mayores sean las subidas, más jodida será la caída. Porque con tanta morralla nos olvidamos del pequeño detalle de que las casas las tiene que pagar alguien, que siempre hay un pringado al final de la cola del esquema de Ponzi, y que a largo plazo los precios inmobiliarios (incluyendo precio de la vivienda y coste financiero de la compra, es decir hipoteca) no pueden subir a un ritmo muy superior al de los salarios con que se pagan. Y cuanto más se separen estas dos variables, mayores serán las hostias por vender cuando cambien las expectativas.

En Españaza, como somos más chulos que un ocho, hay un par de detalles que agudizan más la tedencia al alza de los precios. Primero, que comprarse una casa es una obligación. No hay mercado de alquiler. Simplemente, no existe. Y no pasa nada. Los problemas para echar a un inquilino que no paga son un prototipo de lo que se entiende en España por seguridad jurídica, de la que podrá dar cuenta también Farruquito o el De Juana a quien por el mismo hecho se condena, ora a un siglo, ora a tres meses de cárcel. En cualquier caso, la causa principal de que no alquile ni Dios es que Franco, el de la guerra de 1934, consideró acertadamente que un pueblo amarrado a una pared sin alicatar es un pueblo adocenado y cobarde, con lo que sembró Españaza de viviendas de yugo y flechas, tal y como nos explican los documentos oficiales de la sección femenina que se retransmiten bajo el nombre de Cuéntame. La Transición trajo el destape, la movida y una supuesta apertura del país que, en lo que a vivienda se refiere, implicó cambiar la inauguración de viviendas en plan pantano por un pintoresco sistema fiscal según el cual quien no tiene casa está obligado a pagarle a quien se la puede comprar parte del pastón que éste abona mensualmente al banco, que es el único que se forra.

Por el lado de la oferta, el gracejo español tan bien representado por Raúl González Blanco o los Morancos ha encontrado en el mercado inmobiliario su hábitat natural, merced a una normativa que establece que los ayuntamientos dicen dónde se pueden construir casas, que les otorga terrenos en cada promoción y que les permite vender dichos terrenos a precio de mercado. Todo esto, claro está, sin supervisión alguna. Un buen ejemplo de lo que se entiende en nuestra piel de toro por liberalizar. Porque los aspectos de competencia en el terreno de la promoción o los controles administrativos se consideran rémoras del pasado. Paralelamente, la inmigración, el divorcio y demás plagas instauradas por los masones, además de hacer degenerar la raza, han incentivado la creación de hogares. Y como éramos pocos, los jubilados alemanes se traen el taca-taca para ver los partidos de la Bundesliga vía satélite.

P.D. Después de empezar esta entrada y antes de colgarla la burbuja inmobiliaria ha petado en la Bolsa. Seguramente, si hay un antes y un después en el ciclo inmobiliario, se apunte a esta primavera , más por vagancia que por otra cosa. Si les llama la atención que no cuente nada de eso, sepan que ésta es sólo la parte 2 de la entrada. Continuará...

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lunes, abril 23, 2007

de que

Les informo de que esta entrada es un coñazo.

El lector atento de periódicos habrá notado de unos años a esta parte la proliferación de la expresión “advierte de que”en los titulares. Un uso de la palabra que rechina en la medida en que yo, personalmente, nunca he oído a nadie decir a otro “te advierto de que no te pases de listo” sino, más bien, “te advierto que no te pases de listo” o, más frecuentemente aún, “tened cuidado que aquí a los que se pasan de listos a veces les dan de hostias” siendo este “dar de hostias” una aplicación popular del “de” partitivo propio del francés y demás lenguas utilizadas por gentes de poca hombría. En todo caso, a nuestro lector atento de periódicos le habrá llamado la atención, sin duda, el contraste de tal o cual advertencia proferida por Zaplana en las páginas de El País, el ABC o El Mundo, con la advertencia presente en las cajetillas de tabaco, “las autoridades sanitarias advierten que el tabaco perjudica seriamente la salud”.

La idea de utilizar “advierte de que” en todos los casos salvo en aquellos en los que significa “darse cuenta de algo” viene, en parte, de Álex Grijelmo, periodista burgalés presidente de la agencia Efe y ex estilista de El País, amén de experto en lingüística que enmienda la plana a la Real Academia de la Lengua. Como decía Saza, “no vamos a ser más papistas que el Papa”. Lo curioso de este caso es que la enmienda ha crecido hasta el punto de convertirse en norma, siendo una expresión que oída antes de 1997 habría provocado la clásica sornisa compasiva ante quien no gozó en su día de las virtudes de la educación primaria.

Así, El País empezó a advertir de que convenía titular con advierte de que, y la agencia Efe (antes de la llegada de Grijelmo) hizo lo propio. Algo relativamente normal, si no fuera por la estalinista purga de verbos disidentes como avisar, alertar o prevenir. Y, sobre todo, que el resto de los medios de comunicación perpetrados en papel siguiese la línea marcada por el Imperio del Monopolio y empezase, también, a utilizar advierte de que en sus titulares, haciendo honor a la mítica frase de que algo no es verdad hasta que no haya sido publicado en El País (y viceversa). Algo, de todas formas, razonable teniendo en cuenta que la agenda de El País –esa que graciosamente se vende a los lectores el último mes del año- tiene los bordes de las páginas dorados cual Biblia, y se dice que quien la tiene sólo pasa de página tras humedecerse los dedos como Guillermo de Baskerville.

¿Y Franco qué opina de esto? Pues en su diccionario panhispánico de dudas, la RAE dice que cuando significa hacer notar algo [advirtió que había alguien más”] es transitivo y se construye sin de. Cuando significa ‘poner algo en conocimiento de alguien’ (caso 1), hay otro submenú y se admiten dos opciones, advertir [a alguien] de algo o advertir [algo] a alguien. En el primer caso (2.1) el objeto de la advertencia es alguien (sería el sujeto de la pasiva) y la subordinada se puede construir con de [al salir la advertí de que faltaban unos cuantos escalones o Ramiro fue advertido de que no podrá volver a bucear], si bien no dice que sea obligatorio. En el caso 2.2, advertir algo a alguien, la RAE explica: “Este régimen es el habitual cuando el complemento directo es una oración subordinada introducida por la conjunción que, y especialmente cuando la intención es admonitoria o amenazante [Te advierto que esta vez voy a reclamarte hasta el último céntimo]. Y, finalmente, cuando advertir significa ‘aconsejar [algo] a alguien’ (caso 3), es transitivo y se construye sin el dichoso “de que” [Le advirtió que no invirtiera en ese fondo].

Y yo, la verdad, entiendo que en la mayor parte de los casos en los que se utiliza advertir en un titular de prensa tiene una intención admonitoria o amenazante (caso 2.2) o de recomendación (caso 3). Que alguien informe a otra persona de algo no es muy noticiable a no ser que entrañe amenaza o recomendación. Si no, hagan una búsqueda en google de “advierte de que” y comprueben que en pocos casos el sujeto se limita a notificar un suceso. No está mal escrito “advierte de que”, pero me sorprende sobremanera que siendo una expresión que no recomienda la academia y que hace 10 años sonaba a chino a todo el mundo, ahora asistamos en las redacciones a una fiebre del “advierte de que”, como si quien titulase con esta expresión estuviese en situación de privilegio lingüístico. Como si fuese un tío que controla los resortes del idioma.

En cualquier caso, trasteando por internet me encontré con un artículo escrito por una catedrática en el que, entre otras cosas, comentaba que esta moda se consideraba tradicionalmente dequeísmo. Y me dejó un tanto perplejo la respuesta de Grijelmo, pues argumentaba la diferencia informativa entre “Arzalluz advierte que el proceso peligra” y “Arzalluz advierte de que el proceso peligra”. Yo todavía la estoy buscando y, de paso, me pregunto que si existe un matiz informativo entre las dos expresiones, por qué siempre se elige la misma. Además, Grijelmo señala que ya se sustituyó correctamente el “incauta un alijo” por “se incauta de un alijo”, y yo me congratulo de ello, pero me sigue rechinando.

No entiendo por qué cuesta tanto escribir "advierte que" si esta expresión es la habitual y no es incorrecta. Creo, de hecho, que es una defensa del lenguaje de cara a la galería, de pecho de lata, pues no hay nada más empobrecedor que abusar de una pseudonorma impuesta de la noche a la mañana y sin saber por qué. Pero bueno, doctores tiene la Iglesia, Grijelmo él sabe muchísimo más que yo y, además, a ustedes todo esto les importa una mierda. Y a mí tampoco me quita el sueño en demasía, pero ya saben que aquí escribo de mis manías.

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jueves, abril 19, 2007

Gracias, Leo

Actualizando, no se pierdan la entrada de Diarios de Fútbol.




Gracias por el fútbol. Gracias por Messi, el chico callado. El chico que no piensa y que no mira dónde juega. Que le da igual estar en la calle o en el minuto 90 de un Barça Madrid. Es esa naturalidad lo que le hace distinto. Y son estas cosas las que hacen bonito al fútbol. Ni el argentino más enfermo habría imaginado que el nuevo Maradona marcaría un gol clonado del de México 86. O que un chico con serios problemas de crecimiento y desarrollo físico pueda llegar a ser la mayor estrella del mundo.

Gracias, Leo, por alegrarme el día.




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martes, abril 17, 2007

La cabra

Man forced to 'marry' goat

A Sudanese man has been forced to take a goat as his "wife", after he was caught having sex with the animal.

The goat's owner, Mr Alifi, said he surprised the man with his goat and took him to a council of elders.

They ordered the man, Mr Tombe, to pay a dowry of 15,000 Sudanese dinars ($50) to Mr Alifi.

"We have given him the goat, and as far as we know they are still together," Mr Alifi said.

Mr Alifi, of Hai Malakal in Upper Nile State, told the Juba Post newspaper that he heard a loud noise around midnight on 13 February and immediately rushed outside to find Mr Tombe with his goat.

"When I asked him: 'What are you doing there?', he fell off the back of the goat, so I captured and tied him up."

Mr Alifi then called elders to decide how to deal with the case.

"They said I should not take him to the police, but rather let him pay a dowry for my goat because he used it as his wife," Mr Alifi told the newspaper.

De la BBC.

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Metonimia

"El juez dice que Puig cometió sólo una falta porque utilizó poca violencia al asaltar la piscina"

Titular de primera página de El Mundo de hoy. Ojo al artículo: la piscina. Viene en minúscula, pero podría estar perfectamente en mayúscula. "Al asaltar La Piscina". Habría sido más exacto, en todo caso, titular "al asaltar mi piscina", pero posiblemente eso habría generado confusión entre el titular de la pileta y la firmante del artículo en primera página, una tal María Peral a quien, supongo, la labor de investigación y el recabado de fuentes hará merecedora de una palmadita en la espalda por parte de él, el titular de La Piscina, del periódico y experto muñidor de conspiraciones cósmicas.

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martes, abril 10, 2007

Bubble bobble

Una burbuja financiera es una alteración hormonal. De forma cíclica somos arrastrados a un desenfreno de compraventa de alguna cosa, con consecuencias nefastas a medio plazo. Es una orgía monumental a la que el sistema es arrastrado por fuerzas internas y externas, pero una orgía con fecha de caducidad porque siempre, siempre, llega el momento que alguien entra en razón y se despierta jodido, sin pelas y con un compañero de cama inverosímil. Entonces viene la parte chunga, pero para cuando se reparan los efectos de la última, ya se está preparando una nueva. Es el día de la marmota.

Hacía tiempo que no tocábamos el tema inmobiliario que está dando a este país grandes mecenas futbolítisticos, un puñado de alcaldes con gracejo como José María Peña o Jesús Gil y Gil y una pujante clase empresarial que ha convertido Españaza en la envidia de Europa, en el nuevo Silicon Valley, en el país donde el sueño americano ha alcanzado las más altas cotas y la alfabetización ha dejado de ser un factor en el ascenso de las personas a los escalafones más altos de la corte. Pese a ello, en nuestro afán por crear una juventud cultivada, bienpensante y limpia de vicios, les vamos a obsequiar con varias tazas sobre la burbuja inmobiliaria de Españaza, empezando por explicar, más o menos, qué es una burbuja financiera y para ahorrarnos el aburrido paso de “que sí, que los pisos o los sellos pueden bajar de precio, porque de lo contrario su precio sería ya infinito”.

La burbuja siempre viene marcada por las mismas fases. En primer lugar, pasa algo. Ese algo, que suele ser un cambio tecnológico, aunque no necesariamente, genera una creciente demanda de un determinado bien o activo como forma de inversión. Ponemos pasta porque pensamos que después recibiremos más. Las características de la cosa son irrelevantes. Pueden ser tulipanes, empresas de Internet, casas, acciones de ferrocarriles, cuadros de arte moderno, bonos, ancho de banda, petróleo, sellos, paneles solares o soja. La percepción de que algo subirá de precio suele estar, por cierto, bien cimentada. En España el choque externo para el subidón inmobiliario fue la bajada de los tipos de interés –y la convicción de que no volverán al 14% de los 80- ligada al euro, que se vio reforzado por la bajada del paro (pese a la calidad del empleo) y la inmigración.

Así, pocas burbujas los son desde un principio, y resulta imposible saber en qué momento un simple ajuste se convierte en una bomba de relojería. En todo caso, esto es como los libros de historia cuando los reyes no se abren la cabeza mutuamente; no tiene mucho interés. La cosa sólo se pone cachonda cuando la subida de precios de retroalimenta y deja de atender a factores externos. Las personas que se han perdido la subida inicial ven que, efectivamente, quienes la anticipaban tenían razón. Se van subiendo al carro, lo que acelera los precios y afianza dicha percepción. En paralelo, quienes están al otro lado; quienes venden o hacen posible que esa cosa entre en el mercado, también se dan cuenta de que hay pasta de por medio y elevan la oferta, a costa de un descenso de la calidad de los activos.

Pero la mayor oferta no relaja los precios. Antes al contrario, sirve para que más gente participe del maná colectivo. Un señor con traje se lo cuenta a un taxista, hermandos ambos por Federico, el taxista se lo cuenta a su cuñado, su cuñado a los compañeros de oficina y lo cojonudo es que hay para todos. Si se produjese una burbuja en el mercado de, pongamos, los diamantes, no habría mucha gente capaz de sumarse a ella, dado que el número de diamantes es más o menos fijo. Pero si se vendiesen como diamantes cristales de Swarowski y la gente ganase dinero con ellos, cada vez se comprarían más y más caros, porque las expectativas de subida de precios no parten de la cosa en sí (el cristal fantasía de Cenicienta), sino del efecto imitación, de extrapolar al futuro hechos pasados y de una especie de mística alrededor de los tulipanes, los ferrocarriles, Terra, los sellos o las casas.

La pregunta que viene a continuación es siempre la misma ¿Está todo el mundo equivocado? O, tal y como se plantea a los escpécticos, ¿Si todo el mundo está invirtiendo, te crees tú más listo? Pues no. Y permítanme que en un acto de egolatría digno de, por lo menos, Jesús Hermida, me repregunte a mi mismo. Dime, Jesús, ¿está permitido forrarse con una burbuja a sabiendas de que es una burbuja? Pues sí, mientras cuele, es decir, mientras el resto del mundo compre al pensar que algún fenómeno relacionado con el desarrollo cognitivo protege a los pisos de las bajadas.

El ejemplo perfecto de burbuja es la estafa piramidal, cadena de dinero o esquema de Ponzi. No sé si se acuerdan de aquellas cadenas postales ideadas por algún cartero loco en la que tú recibías una postal y por esa razón tenías que enviar cinco a peña desconocida para, supuestamente, recibir al cabo de un par de meses un saco de cartas de peña rara, algo que, supuestamente, molaba. Aquí lo mismo, pero con pasta. Tú me das pasta, y luego te ocupas de convencer a otros para que te la de a ti. Suena un poco raro, pero cuela. En Albania en 1997 dos millones de personas sobre una población de 3,5 millones (o sea, todo Cristo) fueron víctimas de un pufo piramidal de estos, provocado por unos chiringuitos (llamados sociedades de inversión) que ofrecían a sus clientes altos intereses que pagaban con las aportaciones de nuevos clientes, hasta que la cosa petó de manera bastante mala. Bastante mal significa que hubo revueltas, el ejército abandonó los cuarteles, las mafias se hicieron con el control de partes del territorio y hubo unos 2.000 muertos. En la versión inglesa de la wikipedia esta parte de la historia de Albania no existe.

Todas las burbujas son un esquema de Ponzi. Cuando su cuñado les dice que ha vendido por 50 millones una casa que compró por 30, pregúntense quién lo está pagando. El comprador, dirán. Pero, ¿por qué lo paga? Si le pudiesen preguntar si cree que la casa lo vale, seguramente diría que no, pero que después vendrá otro a pagarle 55. Pues eso. Obviamente, son cosas distintas, pues forzando la lógica, el billete con el que pagan el café se basa en un gran esquema de Ponzi. Pero bueno, dejemos las trampas al solitario para otros y centrémonos en los ladrillos.

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